Los Cinco se escapan by Enid Blyton

Los Cinco se escapan by Enid Blyton

autor:Enid Blyton [Blyton, Enid]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 1944-04-23T04:00:00+00:00


Capítulo 12

La cueva entre las rocas

Cautelosamente, los chicos se dirigieron por la resbaladiza cubierta al lugar donde estaba la caja. Evidentemente la tapa de ésta había sido cerrada para ocultar el cofre, pero luego se había abierto sola.

Julián cogió el pequeño cofre negro. Todos los chicos estaban pasmados. ¿Por qué habrían dejado ese cofre allí?

—¿No habrán sido contrabandistas? —dijo Dick.

—Sí, podría ser —dijo Julián pensando intensamente e intentando desatar las correas del cofre—. Éste puede ser un buen sitio para los contrabandistas. Pueden haber traído esto en un bote para ocultarlo.

—¿Quieres decir que ahí dentro hay cosas de contrabando? —preguntó Ana, excitada—. ¿Qué podrán ser? ¿Diamantes? ¿Tejidos de seda?

—Cualquier cosa por la que haya que pagar para introducirla en el país —dijo Julián—. ¡Caramba con estas correas! ¡No puedo desatarlas!

—Déjame intentarlo —dijo Ana, que tenía unos dedos largos y ágiles. Empezó a manipular en las hebillas, y en poco tiempo desató las correas. Pero una gran decepción se abatió sobre todos. ¡El cofre estaba cerrado a cal y canto! ¡Tenía dos buenas cerraduras y no había llaves!

—¡Vaya! —exclamó Jorge—. ¡Qué fastidio! ¿Cómo podremos ahora abrir el cofre?

—No podemos —dijo Julián—. Y no debemos romperlo para abrirlo, porque ello pondría sobre aviso a los contrabandistas de que hemos encontrado las cosas que han guardado. ¡Lo que tenemos que hacer es atraparlos!

—¡Ooooh! —dijo Ana, roja de excitación—. ¡Atrapar a los contrabandistas! ¡Oh Julián! ¿Crees que podremos?

—¿Por qué no? —dijo Julián—. Nadie sabe que estamos aquí. Nosotros podemos descubrirlo todo si vemos que un barco se acerca a la isla y suelta un bote. Yo diría que los contrabandistas están utilizando esta isla como escondrijo para sus cosas. ¿Quiénes serán? Creo que alguien del pueblo Kirrin o de los alrededores.

—Esto se está poniendo emocionante —dijo Dick—. Siempre nos ocurren aventuras cuando venimos a Kirrin. Aquí está todo lleno de aventuras. Esta es la tercera.

—Creo que será mejor que salgamos del barco —dijo Julián observando cómo volvía la marea—. Vámonos ya, no sea que nos coja la marea alta y tengamos que estarnos aquí horas y horas. Yo bajaré primero por la cuerda. Luego sígueme tú, Ana.

Bajaron por la cuerda y pronto estuvieron sobre las rocas. Justo cuando llegaron a la más próxima a la isla, Dick se detuvo.

—¿Qué te pasa? —dijo Jorge—. ¡Sigue adelante!

—¿No es una cueva aquello que hay en aquella roca lejana? —dijo Dick señalando con el dedo—. Enteramente lo parece. Si lo es, tendremos un sitio magnífico donde guardar nuestras cosas y dormir, si es que la marea no la alcanza.

—No hay ninguna cueva en Kirrin —empezó a decir Jorge. Pero pronto tuvo que callarse. Lo que Dick estaba señalando parecía en verdad una cueva. Al fin y al cabo, Jorge no había explorado nunca esa parte rocosa de la isla, que estaba muy lejos del interior y no podía verse desde tierra.

—Iremos a ver —dijo. Cambiaron su dirección y en vez de seguir por el camino de la ida cruzaron la masa de rocas y se encaminaron hacia un saliente rocoso donde parecía estar la cueva.



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